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    Tuesday, July 12, 2005

    Play off

    La conmemoración de la noche me tenía ahí, nuevamente sumergido en las burbujas de una cerveza, imantado musicalmente a un bar con nombre de muñeca, tan sólo a unos metros del Viejo Almacén, a unos pocos pasos de los tangos de Gardel y de Piazzolla.

    Sobre la barra un litro de cebada líquida y helada, me esperaba como puta hambrienta. Dentro del bolsillo de mi camisa, una cajetilla con seis cigarros que en 30 minutos se harían humo y me permitirían verle a mis miedos la cabeza.

    HORA 10:32 P.M.

    Aunque el universo no conspiraba a mi favor, me proveía de un sentimiento de inmortalidad infinito. Hubiese sido un día perfecto para morir, pero no era hora; tenía trabajar al otro día. (sic)

    Beats de música electrónica, house y funk revestían las conversaciones tenues de 37 vidas que no deseaba conocer o, al menos, no esa noche. Hay un punto en el que uno está tan a gusto, incluso, con sus propias ambigüedades que no quiere compartirlas y cáusticamente las cuida como su mejor tesoro.

    A la mitad de la noche, en medio de desconocidos, estaba ligeramente concentrado. Mi mirada se incrustaba, sin permiso, en los movimientos portentosos de una niña de 22 años.

    Era risible la situación, porque salí en plan de levante y tenía una niña muy linda enfrente y ni siquiera sabía cómo decirle hola.

    Coger la cerveza e irme bailando hacía donde estaba, no era la opción más apropiada. Además no tenía ni uno por ciento de alcohol en la sangre para abordarla, como se haría usualmente.

    En ese momento pensaba cuáles eran mis técnicas personales de conquista y recordé que todas habían sido producto de la causalidad.

    No sé por qué pensé que lo difícil sería sobrepasar la custodia de los dos machos cabrios que, desde que llegaron las 3 niñas, habían puesto minuciosamente extramuros, cuando lo complicado sería memorizar su nombre: “Dalal”. Repetí Dalal, Da-lal… ¿Da qué?: Dalal. Las 3 primeras letras de Dalia y las dos primeras de Alejandra (lógica de mi memoria asociativa). ¡Listo!

    No sé cuál fue la causa, pero me sorprendió el efecto. Supongo que recibí un empujón del Dionisio que todos llevamos dentro. Para algo en la vida debía servirme la marginada amígdala cerebral que, hasta donde sé, es la culpable de actos tan precipitados como este…

    Por primera vez hablaba de política en un bar a las 11 de la noche. Debí estar muy lúcido para recordar el nombre de todos los partidos. Aquella niña de 22 años que bailaba funk de forma inconmensurable estaba ahí, retorciéndose a mi lado, desinhibida por los estragos que el licor hacía en su cuerpo.


    HORA 1:37 P.M.

    Dalal, quien es politóloga, tenía un porcentaje de alcohol superior al que yo podía tener con tres litros de cerveza. En cierto modo estaba perdiendo mi tiempo, porque al otro día esa niña no iba a recordar nada. Bueno, tampoco estaba obligada a hacerlo.

    Aun así seguía escuchando pequeños recortes de su vida. Había algo que me estaba gustando de esa niña. No sé si fue su nombre o su baile pintoresco, aunque reconozco que ayudó. Cuando se camina por los torrentes mi profesión, siempre hay cierta fascinación por lo discordante.

    ― Desde ese día, ella sabe qué pasó. Desde esa noche, cuando hablo o me veo ella, siento algo muy complicado de explicar. No quiero bautizarlo, dejaré que el tiempo le ponga un nombre o lo deje para siempre como un sentimiento misterioso―

    Dalal:
    Paradójicamente desde ese día terminó mi juego y empezó el tuyo.

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