Independencia
Mis papás son de mundos diferentes, por eso se separaron, porque cada uno es la antítesis del otro. Sospecho que eso predispuso a que en mi cabeza siempre estuviera la contraparte, como un ángel y un diablo jugando a confundirme.
Como en cualquier divorcio emulé por años un ping pong que iba de casa en casa, un nómada que iba huyendo de las heladas.
Llegué a tener dos cuartos, dos cepillos de dientes, dos walkman: uno azul y otro gris, dos chaquetas para el frío, dos formas de decirme "buenas noches", dos estrategias para enseñarme las tablas de multiplicar, dos clases de desayunos los domingos: con huevos y con tamal, y dos maneras para entender por qué el matrimonio era un mal negocio.
No había que esforzarse para saber por qué estos dos no se querían. Cada uno había comprometido su vida consigo mismo y a sus 20 y 18 años, respectivamente, no asimilaban que habían traído un chino al mundo.
Con el tiempo, y antes de tener cédula en mi billetera, entendí que mi nave tenía puesto para un sólo tripulante y que como otros debía gritar, antes del 20 de julio, independencia.
Y no estuvo mal la revuelta, no hubo heridos y si muchos acuerdos. Aunque la excusa no fue un florero, puedo confesar que ya no me siento como un adorno más de la casa.
Estoy a unos pocos meses de los 26 y, saben, siento ganas de convertirme en república independiente. En parte ya lo soy, pero creo que por protocolo no he podido celebrarlo.
Como en cualquier divorcio emulé por años un ping pong que iba de casa en casa, un nómada que iba huyendo de las heladas.
Llegué a tener dos cuartos, dos cepillos de dientes, dos walkman: uno azul y otro gris, dos chaquetas para el frío, dos formas de decirme "buenas noches", dos estrategias para enseñarme las tablas de multiplicar, dos clases de desayunos los domingos: con huevos y con tamal, y dos maneras para entender por qué el matrimonio era un mal negocio.
No había que esforzarse para saber por qué estos dos no se querían. Cada uno había comprometido su vida consigo mismo y a sus 20 y 18 años, respectivamente, no asimilaban que habían traído un chino al mundo.
Con el tiempo, y antes de tener cédula en mi billetera, entendí que mi nave tenía puesto para un sólo tripulante y que como otros debía gritar, antes del 20 de julio, independencia.
Y no estuvo mal la revuelta, no hubo heridos y si muchos acuerdos. Aunque la excusa no fue un florero, puedo confesar que ya no me siento como un adorno más de la casa.
Estoy a unos pocos meses de los 26 y, saben, siento ganas de convertirme en república independiente. En parte ya lo soy, pero creo que por protocolo no he podido celebrarlo.
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