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    Saturday, September 03, 2005

    Septimazo by blog

    La carrera séptima atraviesa a Bogotá de norte a sur y la llena de un tornasol inigualable. Une a ricos y a pobres a través de una cabuya de cemento, que ha sido desde su construcción parte de la historia bogotana. Ha lidiado con revueltas, con manifestaciones, con carreras ciclísticas, con caminatas y con desfiles militares.

    Aunque los vestigios de su deterioro saltan a la vista, sigue siendo una vía principal por la que se puede conocer el lado Este de la capital colombiana.

    El Centro, de la séptima hacia arriba, siempre me ha parecido fascinante. Contrario a lo que muchos cuentan, me parece un sector seguro o humanamente manejable. Claro está, todo depende de la hora, de la calle y de saber manejar las situaciones. ¡Ah! y por supuesto de no dar papaya.

    Si empezamos el septimazo desde la Casa de Nariño, veremos a militares a lado y lado, pendientes de cuándo usted va sacar la pistola, que tiene debajo de la chaqueta, para atentar contra los padres de la Patria. También veremos caminando con cero stress a corbatudos y minifaldudas chupando cono a la hora del almuerzo.

    Cuando lleguemos a la Plaza de Bolívar, tal vez nos encontremos que en el ojo derecho de la estatua del Libertador corre mierda de paloma y que varios “adultos mayores” dedican la tarde a lanzar maíz al suelo, para que estos animalitos tengan qué cagar.

    Por eso, pasar por la Plaza de Bolívar es divertido, pero a la vez peligroso. Uno no sabe cuándo va recibir una arremetida desde el cielo o cuándo puede cruzar la plazoleta sin recibir decenas de maíces en la cara. Aunque se especule que es de buena suerte recibir plastas de ave, prefiero seguir por los caminos de la causalidad.

    Caminado hacia el norte pasamos por la Catedral, donde recibí el bautismo (¡válgame Dios!), como todo un cachaco, ala. Ahí podemos hacer un break para irnos a la Puerta Falsa a tomar chocolate con almojábana o aguépanela con queso. Luego de semejantes viandas propias pa´ este frío, podemos continuar con nuestro, hasta ahora, agradable septimazo.

    Vendedores ambulantes veremos muy pocos, por las medidas que implementó la Alcaldía para recobrar el espacio público, sin embargo por ese sector hay mucho comercio. Grandes cadenas de ropa informal, joyerías, hacía la parte de arriba, y uno que otro payaso promocionando el menú del día. “Siga bandeja con pollo y almuerzo ejecutivo” o “Sí hay bandeja paisa, si hay sobrebarriga…por tan sólo tres mil pesos”.

    Al llegar a la Avenida Jiménez o Calle 13, el panorama cambia. A la derecha está Citytv, la plazoleta del Rosario, Antifaz, Escobar y Rosas, en fin… A la izquierda algunos ministerios y entidades públicas. En frente está la estación del Museo del Oro del “Transmi”, como siempre “retetiada”. Uno que otro vendedor de minutos a celular con chaleco azul y con un letrero en cartón que dice “Minuto celular $400”.

    Debo anotar que los buses de Transmilenio milagrosamente logran pasar la séptima, pues algunos vehículos oficiales ocupan la mitad de la calle.

    En la otra acera está el Banco de la República. Nunca pude que Miguel Urrutia me regalara un billete de colección. En fin…comentario suelto. Unos 20 pasos más allá estará un tipo encaramado en una banca, maquillado hasta las pelotas y con un tarrito en el suelo. ¡Ahh! y totalmente congelado, inmóvil.

    No crea que este tipo de manifestaciones son propias de esta sociedad del rebusque. No, señor. No, mi señora. Hay “estatuas humanas” hasta en las mejores familias y en casi todos los países. De hecho, en América Latina prolifera este tipo de trabajo, que algunos postmodernistas han considerado “arte callejero” o “estatuismo”.

    Entonces, si le nace y no se queda sin pa´ el bus, regálele una monedita al señor. Es posible que como agradecimiento, haga una extraña pirueta que, sin pensarlo, le saque una sonrisa. Sí, a usted que anda con cara de revolver por la séptima.

    Si aceleramos un poco el paso, para evitarnos que alguien nos pida plata y tengamos que decirle mentiras “No, es que sólo tengo lo del bus”, cuando en la billetera llevamos medio sueldo, veremos a Miguel.

    Miguel Ángel es un señor de aproximadamente 50 años que es invidente desde niño. Los jueves, viernes, sábados y domingos sale a la calle a tocar un viejo acordeón, que por su estado supongo que tiene más de 30 años. Lo digo porque parte de su caja se ve averiada y… bueno, por otras pistas.

    Siempre que pasó lo veo con su gorro de vaquero, sentado en una silla igual de vieja a su profesión. En sus manos el acordeón y alrededor de su cuello un aparato que sostiene una dulzaina.

    En realidad nunca me he quedado a contemplar sus melodías. Comparado con el vallenato y el restregón que ponen en la disquera de al lado, estoy convencido que la música del viejo es una hermosa sinfonía.

    Ya hay que caminar con ganas, porque varios maleantes están rondando, para hacernos la vuelta. Qué digo hampones. Ya parezco el General Mora llamando a la guerrilla “facinerosos, bandidos”.

    Pasando la 19 contemplaremos una habita de delincuencia ni la hijuemadre en la plazoleta que está al lado de Telecom. Eso vaya como si nada. La cosa no es con usted. “El que nada debe, nada teme”. Sin embargo, camine ligero que no viene carro y no dé papaya. Es el undécimo mandamiento, recuérdelo.

    A la izquierda están los puestos de revistas y de libro usados, el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, la Cinemateca, las tiendas de artesanías y lo cinemas. A la derecha tiendas de comidas rápidas (sándwiches), fruterías, un billar y el centro comercial gay Terraza Pasteur.

    A pocos metros está la Torre de Colpatria. Nunca he subido. No le temo a las alturas, pero prefiero ver la ciudad desde la Calera; me parece que se ve más bonita, más imponente.

    Imagino que algún día subiré a la Torre. De hecho, Natalia, una amiga de la universidad que trabaja allá, me invitó un café un día de estos. Vamos a ver cuándo sacamos un tiempito.

    Como buen guía debo detenerme para decirles que en la calle 26 se une la “pésima” con la “sétima”. En este sector hice mis primeros congelados y barridos fotográficos, cuando estaba en primer semestre. No es por nada, pero quedaron bacanos. Soy bueno para eso de la “jotogragía”

    Ya vamos a llegar al Parque de la Independencia, para los que necesitan descansar un poco. También vamos a llegar al Planetario, para los que quieran ver las estrellas. Esto avizora otra Bogotá, más bancaria y entre comillas “intelectualoide”. Señoras y señores, después de la Plaza de Toros, hemos llegado a la Maca, a la Macarena.

    Este sector es una mezcla de buenos restaurantes, sitios de salsa y de son cubano. En arquitectura lo único que conozco son las Torres del Parque. Un conjunto de apartamentos, donde han vivido la mayoría de escritores, pintores, escultores y todos esos “genieciellos” que ha parido nuestra patria boba.

    Algunas casas de este sector son patrimonio arquitectónico al igual que las de la calle 66. Hasta donde sé creo que fueron construidas hacía los sesentas y tiene el mismo corte inglés, a diferencia de la Candelaria, donde predomina el toque español.

    En la calle 34 está El Gabinete, sitio oficial de la segunda parte del TOLM, y al otro lado está Ecopetrol y la sede del partido aquel. Estamos a punto de cruzar el Parque Nacional y llegar a la Javeriana. Upss, nos pasamos el Museo Nacional y el Downtown, rumbeadero de Víctor Manuel ¡eeeeeeeehh! Olvidemos eso y sigamos que esto va hasta allí no más.

    La última parada es la Javeriana. Universidad conocida popularmente como Segunda Guerra Mundial, porque empieza en la 38 y termina en la 45, donde finaliza el famoso septimazo. En tiempo de ciclovía y de Bogota Despierta puede echar quimba y pedalazos hasta donde encuentre pared porque “…al lado del camino (siempre) es más entretenido y más barato”.

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